07 febrero, 2015

La niña del ojo


Quien sienta curiosidad de saber el motivo de que desde siempre se haya comparado la abertura del iris con una niña, no tiene más que levantarse y situarse delante de un espejo. 

Si mira con atención su pupila, verá reflejada en ella una diminuta imagen humana. Siempre que los antiguos miraban la pupila de otra persona veían igualmente su imagen allí reflejada, pero muy, muy pequeñita; y nada más natural que llamarla "niña". 

En la Roma clásica, PUPPA se le decía a la muñeca de trapo que chupaban los niños pequeños y, en general, a cualquiera de las muñecas con las que jugaban las niñas hasta la pubertad, momento en que las consagraban a Venus. Ese sentido se ha perdido en el castellano, pero se perpetúa en varios idiomas europeos, como demuestran el francés poupée (muñeca), el alemán Puppe (muñeca) o el inglés puppet (títere, marioneta). 

De la muñeca con que juega los niños pequeños a éstos no hay ya más que un paso, y el latín lo dio: PUPUS era un niño y PUPA una niña (este sentido se conserva en el inglés puppy, cachorro). Sus diminutivos, PUPILLOS y PUPILLAS, se utilizaban en el lenguaje jurídico para referirse a los huérfanos menores de edad, que quedaban bajo la custodia de un tutor.

De ahí deriva el castellano PUPILO, aunque en nuestro idioma el significado de esta palabra se ha ampliado a otras personas que quedan bajo la custodia de alguien, como los alumnos de un internado, los inquilinos de una casa de huéspedes o las pupilas de un prostíbulo.

Ya los clásicos latinos, como Cicerón y Plinio, utilizaron la palabra PUPILLA en un tercer sentido, para designar la pupila del ojo. ¡Extraño cambio de significado! Se trata en realidad de una antigua metáfora, que repetimos todavía en castellano al hablar de LA NIÑA DEL OJO. 

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